Lo primero que llama la atención es su exuberante vegetación.
Todo son prados verdes, flores, árboles, helechos gigantes... todo es verdor.
Es una isla para recorrerla sin prisas y hacer senderismo.
Alquilamos un coche y recorrimos toda la isla, al ser pequeña, los recorridos para centrar el día en una zona no son muy largos.
Nos alojamos en un hotel muy confortable en la capital, San Miguel y desde ahí se accede a toda la isla.
Son muy interesantes las zonas que recuerdan que es una isla volcánica, porque el calor bulle de su interior:
En Furnas se puede cocinar el cocido típico de la zona en olla a presión, en agujeros hechos en la tierra.
El calor escapa por la fumarolas y el olor a azufre también.
En Caldeira Vehla se ve el burbujeo del agua caliente y hay zonas habilitadas para el baño.
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Dos días después hicimos otra excursión desde Villafranca do campo (está en el puerto), esta agencia tiene oteadores y se preocupan mucho de localizar cachalotes asi que además de delfines vimos a la deseaba ballena.
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Nos encantó la costa de Mosteiros
Lo más representativo de San Miguel son sus innmerables lagos, todos son antiguas calderas volcánicas.
Las vistas desde los miradores merecen la pena
Hay jardines muy cuidados como el Parque Terra Nostra, con plantas endemicas y flores muy coloridas.
Es una isla para amantes de la naturaleza, la tranquilidad y los buenos paseos.
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